Como decía Aristóteles, “toda virtud, cualquiera que ella sea, se forma y se destruye absolutamente por los mismos medios y por las mismas causas que uno se forma y se desmerece en todas las artes”. Honor y virtud, se conjugan al mismo tiempo.
Porque ¿qué es la honorabilidad? Eso que se gana con la conducta, no sólo con ideas, sino con las acciones y congruencia entre éstas, esa palabrita que quizá tenga gran trasfondo.
La mayor honorabilidad no creo que se mida en cuanto a logros, acciones, peso o repercusión, sino que simplemente hay niveles en los que uno cae, y probablemente la mayor honorabilidad sea aquella que se gana o se reconoce como resultado de toda una vida. Una vida completa, porque uno está expuesto a críticas, adversiones, tentaciones, ofertas para el camino fácil pero no tan ético o fiel a la moral. Por eso creo que es la más difícil, lograr que en toda una vida no hayamos sido vencidos por hacer algo malo.
Antaño, para resarcirse en cuestiones de ultraje al honor, se batían en duelo. Afortunadamente, los tiempos han cambiado –al menos en estas prácticas sociales que se decían propias de caballeros–. Ahora, esos duelos se llevan a cabo en un contexto mediático y todos los días asistimos a debates, tertulias y otros espectáculos en medios de masas y redes sociales donde se pone en tela de juicio la actuación de algún personaje de la vida pública –y que no siempre es de la llamada “farándula”– y consecuentemente, se cuestiona su “honorabilidad”, que otros confunden con su “dignidad” o incluso su “credibilidad social”. Asistimos así a un linchamiento púbico o a juicios paralelos.
Estos comportamientos muchas veces dejan bastante que desear y para nada se nos antojan ejemplares. Aquella frase de “es cuestión de honor”, parece que cada vez cae más en baldío y ya no tiene el valor que se le otorgaba.
Decía el filósofo estoico Epicteto: “Lleva a cabo un trabajo útil manteniéndote indiferente al honor y a la admiración que tus esfuerzos puedan suscitar en los demás”. Este aforismo es texto de cabecera para Juan Cotino. Hace por creer que es su obligación independientemente del rédito político que supuestamente pudiera tener. También lo es aquella sentencia del filósofo y moralista cordobés Lucio Anneo Séneca, que dice “debemos considerar lo que somos y no la reputación que tenemos”.
Pues eso creo. Juan Cotino es una persona honorable. Una buena persona. Siempre, en los años que lo conozco y son muchísimos ya, ha tenido un comportamiento focalizado en el bien común, en la ayuda a los desprotegidos y con un pensamiento claramente dirigido hacia el ser humano, hacia el que sufre.
Hoy ha comparecido en la Comisión del Diputado de Les Corts Valencianes para dar la cara y explicar la no vinculación con las cuestiones que se le imputan socialmente, no judicialmente.
Comparto aquí su discurso que me parece meridianamente claro, salvo que se tenga una visión torticera de la vida pública.